System of a Down en Vélez 2025: una ceremonia de caos, memoria y verdad
En un mundo que sigue doliendo y desangrándose en cada rincón, System of a Down volvió a Buenos Aires luego de 10 años con la misma ferocidad de siempre, pero con una cercanía aún más palpable. En la noche del 3 de mayo, el estadio de Vélez fue el escenario de un show que superó lo musical: se trató de una experiencia emocional y política, un grito colectivo tan intenso como necesario.
Ya desde días antes se sentía la vibración. El jueves, grupos de fans comenzaron a rondar el hotel donde se alojaba la banda, buscando una foto, un saludo o simplemente el momento de verlos pasar. Pero fue John Dolmayan quien se robó la previa: el viernes, el baterista apareció en la comiqueria "Sector 2814, en pleno microcentro, para firmar discos, sacarse fotos y conversar con los fans de forma distendida, la cual el te entregaba dos comics de su auditoria firmados. Más temprano ese mismo día, John también visitó un hogar ain fines de lucro llamado "Hogar Maria luisa" ubicado en el barrio de villa ballester el cual los niños,niñas y jovenes que son maltratados por sus representantes son llevados aqui, esta visita muestra su lado mas humano de John que se aceeca a cada causa noble que ve a su alredeor para poder ayudar.
Ese compromiso ya había quedado claro días antes, cuando el baterista publicó en Instagram que, consciente de la situación económica en Latinoamérica, regalaría entradas a fans de cada país visitado. Y cumplió. Varios argentinos recibieron su invitación personalizada para asistir al show como invitados de honor, y algunos incluso pudieron tomarse una foto con él antes del recital.
Nosotros tuvimos el honor de ser parte de uno de los invitados y le entregamos nuestra revista al gran John Dolmayan.
La conexión con el público fue real, y esa energía estalló apenas empezó la música. Tras la intro de “Arto”, el cuarteto salió sin rodeos a demoler todo: “Attack”, “Suite-Pee” y “Prison Song” fueron como un asalto sónico. El campo ya era un remolino de cuerpos. La gente no estaba ahí para ver: estaba para formar parte.
Con más de 30 temas, System recorrió todos los climas posibles: el sarcasmo político de “Deer Dance”, la esquizofrenia bailable de “Radio/Video”, la rabia irónica de “B.Y.O.B.”. En “I-E-A-I-A-I-O”, el pogo fue absoluto. Y en “Protect the Land”, con la bandera de Armenia cubriendo pantallas, la emoción se volvió causa. Serj Tankian habló poco, pero cada palabra pesó. Daron Malakian, más efusivo, comandó la noche entre riffs, arengas y sonrisas cómplices.
El punto de inflexión fue, sin dudas, “Sugar”: más de quince rondas de pogo simultáneas se formaron en el estadio, un fenómeno que solo se da cuando la energía es tan alta que necesita canalizarse en movimiento. El dato llamativo: Argentina fue el único país de la gira donde no hubo bengalas, una decisión tácita, compartida por el público en respeto absoluto a la memoria de Cromañón. La llama estuvo en los cuerpos, no en el fuego.
Claro que la intensidad también tuvo su contracara: en las plateas se vivieron momentos de tensión con algunos incidentes entre asistentes, y en el campo se reportaron personas mordidas en medio del pogo. El frenesí no tuvo freno, y por momentos rozó lo salvaje.
Tocaron los infaltables “Chop Suey”, “Toxicity” y “Lonely Day”, con una intro de Careless Whisper que descolocó y enterneció al mismo tiempo. Mientras los músicos saludaban uno a uno al público, Shavo Odadjian apareció envuelto en un poncho y, ante la sorpresa general, comenzó a tirar púas como un héroe local. Los otros tres lo miraban desde el borde del escenario, entre risas y burlas cómplices, esperándolo con paciencia. Fue el broche perfecto para una noche donde la intensidad convivió con el gesto, el caos con el cariño.
Cuando todo terminó, quedó un vacío difícil de explicar. Esa sensación de haber vivido algo único y la necesidad urgente de que no pasen otros diez años hasta volver a verlos. System of a Down no trajo un disco nuevo, pero trajo algo más poderoso: una reafirmación de que su mensaje, su entrega y su vínculo con el público no envejecen.
En Vélez, miles de gargantas gritaron verdades incómodas, bailaron como protesta y saltaron como exorcismo. Porque mientras el mundo siga ardiendo, ellos seguirán tocando.
Y nosotros, escuchando. Gritando con ellos. Hasta el último aliento.
Crónica Pablo Reinante
Fotos Pablo Reinante
Gaston Avalos
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